Como no podía ser de otra manera, en el trayecto entre Manali y Simla la “buena educación” que los indios atesoran volvió a salir a relucir, y un par de mozuelos bastante borrachos nos dieron el viajecito. Se supone que en un autobús nocturno la gente aprovecha para dormir, o por lo menos intentarlo, pero resulta más que difícil conciliar el sueño si los festeros en cuestión se pasan horas cantando las canciones que sonaban en sus móviles (aquí parece que los auriculares, ese gran invento, aún no han llegado).
A las 5:30 de la mañana llegábamos a una ciudad desierta, bastante más grande de lo que estábamos acostumbrados a ver hasta el momento, Shimla, la capital de Himachal Pradesh. Menos mal que las cuestas de las anteriores andanzas habían resultado ser un gran entrenamiento, porque desde la estación de autobuses hasta los hoteles en los que queríamos hospedarnos había más de media hora de camino entre calles empinadas y eternas escaleras que, a estas horas, sin haber descansado, y cargados con las mochilas, resultaban ser un rompe piernas para cualquier ser humano de las llanuras como nosotros.
Veníamos dispuestos a ver como los simpáticos monos que decía la guía convivían pacíficamente con las personas del lugar, pero la primera toma de contacto con los macacos fue una “grata” sorpresa, ya que los muy cabrones son bastante agresivos, además de manguis, y tienes que ir armado con un palo en todo momento si no quieres que te birlen las gafas, gorras y demás objetos de fácil sustracción.
Esa misma tarde, tras un más que merecido descanso en el hotel, el cual tenía unas vistas impresionante de todo el valle ya que estaba en la parte más alta de la ciudad (muy en nuestra línea), decidimos visitar el Jakhu temple dedicado al Dios mono Hanuman, construido en la cima de una montaña custodiada por cientos y cientos de nuestros peludos amiguitos. Realmente son los amos del lugar, y los ataques a personas así como los robos de prendas son más que frecuentes. La verdad es que hay que ir con cuidadin y como no, con los bastones de alquiler que nos agenciamos, porque en Simla, por más que busques, no encuentras ni un solo palo de autodefensa.
Pese a que no parecía muy recomendable, Merxe (la amiga de los animales) decidió entablar conversación con un mono que se encontraba solo y desvalido en un rincón de los aledaños del templo. Todo iba de maravilla hasta que nuestra intrépida aventurera se negó a “regalarle” al ladrón peludo sus gafas de vista, y para más INRI se atrevió a estirar la mano para intentar tocarlo. No sé que me asustó más, si los dientes afilados del simio acechando a mi compañera, o la velocidad con la que ella se me acercaba gritando mi nombre, no sé si pidiéndome que la rescatara o convenciendo a ese bicharraco de que yo era mejor opción para perpetrar su ataque.
Al bajar a la civilización, descubrimos que esta ciudad no tenía nada que ver con lo vivido hasta el momento. Calles limpias y perfectamente asfaltadas, tiendas de ropa de primeras marcas, y carteles en los que indicaba claramente las prohibiciones del gobierno: ni escupir, ni tirar basura al suelo, ni fumar en casi toda la ciudad. Nos sorprendió lo civilizados que iban a resultar los Shimlarianos (gentilicio que me acabo de inventar), pero tanto orden tenía que tener un lado oscuro y en seguida lo vimos…otra especie no menos peligrosa campaba por las calles, LOS PIJOS. Madre mía que asco de gente .La verdad es que si los indios no nos estaban pareciendo tan encantadores como se preveía, ,éstos en concreto daban más gena si cabe, mirándonos como si estuviéramos infectados sólo porque no íbamos vestidos con sus vaqueritos de mascaxapas y sus camisas de imitación.
Menos mal que conforme bajabamos las calles “guays” y nos adentrabamos en los suburbios, la gente volvía a ser más normal, o por lo menos lo que se considera normal en este país. La parte pobre de Shimla es un enorme bazar lleno de puestos en los que se puede comprar cualquier cosa, y cuando digo cualquier cosa me refiero por ejemplo a un pequeño zulo en el que los productos estrella eran las gafas de segunda mano, las uñas postizas, también usadas, por supuesto, y nada más y nada menos que DIENTES. Y no me refiero a los de ajo, eran dientes humanos que no nos queremos imaginar como habían llegado hasta allí.
En conclusión, Simla es un claro ejemplo de que los monos, los pijos y los mercaderes clandestinos pueden convivir perfectamente en sociedad.
Angelete