Los astros estaban de nuestra parte, la luna lucía llena tal y como aconsejaban para visitar Agra, y la ciudad que alberga el monumento más turístico y conocido de toda India nos esperaba para demostrarnos el por qué de tal fama internacional.
La verdad es que tanto Merxe como yo nos esperábamos algo diferente. Se suponía que ésta iba a ser una urbe más cosmopolita, llena de guiris y extremadamente cara comparándola con el resto del país. Pues no. El hotel en el que nos hospedamos se mantenía en la media de lo que solíamos pagar, y desde la terraza del mismo se podía ver las calles mugrientas y las casas destartaladas que tan de moda están en India, y al fondo de la ciudad, como si de un enorme escarabajo en mitad de un hormiguero se tratara, una de las siete maravillas del mundo…señoras y señores: el Taj Mahal!!
Esa misma tarde decidimos visitar otros monumentos de la ciudad, como buenos guiris que somos, aunque no íbamos a aceptar ninguna de las cien mil ofertas de los taxistas del lugar. Nos montamos el circuito por nuestra cuenta, que siempre es más divertido y arriesgado, como unos valientes.
Para llegar hasta la primera parada en el camino, tuvimos que dar un largo paseo que nos dejó a las puertas del fuerte de la ciudad. Pero el cansancio acumulado, el precio abusivo y la multitud con la que te tenías que pelear por entrar nos obligaron a observarlo sólo desde fuera, que también dejaba boquiabierto.
Hartos ya de caminar y de aguantar a los pesados taxistas, decidimos contratar los servicios de un cicloricksaw, que es una bici con carromato, para ir a la parte trasera y poco conocida del Taj Mahal, y ver el atardecer desde la otra orilla del río que lo bordea, ya que según dicen el mármol del que está construida su fachada cambiaba de color.
Tras un eterno regateo por el precio, como es de costumbre, convencimos a un chaval bastante majete para que nos llevara hasta allí, pero tuvimos que viajar cada uno en un vehículo porque el camino era demasiado pesado para un ciclo taxista. A mí me tocó ir con el tío del chaval, un pobre anciano que casi no podía con sus huesos, así que tuve que ofrecerme “voluntario” para pedalear un rato. Hay que decir que la que rompió el hielo fue Merxe manejándolo ella.
A decir verdad, la espesa nieblilla que por lo visto siempre cubre Agra no nos dejó ver el cambio de color que tanto esperábamos, pero la vista trasera del palacio mereció la pena.
Pero el plato fuerte estaba por llegar, y la luna llena nos iba a enseñar otra imagen espectacular, y la mejor forma de verlo era cenando en la terraza de un hotel que vendía cerveza a muy buen precio. Subimos las interminables escaleras del edificio (hacía dos meses que no veíamos un ascensor), nos pedimos una cervezota y empezamos a mirar la silueta de algo que parecía muy grande. ¡No se veía nada!, porque los espabilados del gobierno indio apagan las luces que iluminan el monumento más importante del país (según nos dijeron para evitar ataques terroristas). Claro, como que si quieren tirarle un misil, no van a saber donde está…
Con el segundo intento de maravillarnos fallido, nuestras esperanzas se limitaban al día grande.
Ya que sólo pensábamos dormir un día y partir la noche siguiente, optamos por entrar nada más abrir las puertas del Taj, a las 6:00 de la mañana, y así aprovechar al máximo las 750 rupias de la entrada para los extranjeros (los indios sólo pagan 20).
Esperamos en la puerta a que abrieran como unas locas el primer día de rebajas, los nervios nos impedían sentir la rasca que hacía a esas horas de la madrugada. Nada más abrir las puertas la gente se lanzó como posesos para cazar la foto del Taj tal y como es, sin un millón de visitantes a sus pies, que es lo normal a partir de 10 minutos tras su apertura.
La verdad es que impacta bastante la primera vez que lo ves, pero cuando llevas un rato mirándolo, sin poder hacer ninguna foto de postal por culpa de la maldita niebla, te pones a acordarte de la familia del arquitecto que lo construyó. Vamos, que esta bien, pero tampoco se pasa.
De camino a la estación de trenes y comentando la estancia en Agra, coincidimos en que se le da demasiado bombo a este lugar. Hay un millón de sitios mejores en India.
De camino a la estación de trenes y comentando la estancia en Agra, coincidimos en que se le da demasiado bombo a este lugar. Hay un millón de sitios mejores en India.
Angelete
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