lunes, 23 de noviembre de 2009

VARANASI, AQUÍ HUELE A MUERTO...













Visto ya el gran monumento del país no hacíamos nada en Agra, así que al día siguiente nos fuimos hacia la India más profunda, Varanasi. La verdad es que llegamos de casualidad porque como estábamos tan cansados no nos dimos ni cuenta que el tren ya había llegado a nuestra parada, y cuando ya un millón de indios entraban como borregos para coger asiento nos dimos cuenta , bajamos de la litera de un salto, y salimos empujando al personal, porque aquí eso de “dejen salir antes de entrar” les causa risa.



Cogimos un ricksaw y nos llevó hacia el casco antiguo, que es la parte bañada por el Ganges. El último tramo hasta el hotel lo tuvimos que hacer andando, ya que la zona sólo cuenta con callejuelas y escalinatas en las que circulan peatones, motoristas kamicaces y rumiantes de lo más despreocupados. No hemos visto más suciedad en lo que llevamos de viaje. Había basura desperdigada por todas partes y aquí no recogen los “pastelones “ de las vacas como en otras ciudades. Toda una pena, porque Varanasi es especialmente bonita pero los olores pútridos le estropean el paseo a cualquiera.
Tras la ducha de rigor hicimos la primera inmersión en la vida del Ganges. A sus orillas hay una especie de paseo formado con grandes tramos de escalones, aquí los llaman Ghats. En los ghats es donde la gente accede al río para hacer de todo, lavarse, zambullirse, hacer ofrendas, rezar… Nos advirtieron en Sanidad Exterior que ni se nos ocurriera bañarnos porque podríamos pillar de todo, incluso nos contaron de una chica que una vez en España, le salieron unos bultitos en la piel y resultó ser unos simpáticos gusanitos que se le habían metido por alguna herida y la habían colonizado de la cabeza a los pies. No nos bañamos, ni la tocamos con el dedo, por si acaso, total, ya nos habíamos bañado en sus aguas cientos de kilómetros arriba, en Risikesh..



La primera en la frente. Cuando no llevábamos ni diez metros de paseo nos cruzamos con un cortejo fúnebre. Unos 6 hombres llevaban con una especie de camilla hecha a base de bambú un cuerpo empapelado como con papel de regalo, de ese dorado. Lo llevaban al río donde lo sumergieron entero y rezaban. Ni una mujer a la vista, nadie lloraba.
En la ciudad hay dos ghats donde se lleva a cabo la incineración de los cuerpos, ya que los Indios no entierran a nadie, y según nos contaron, si los queman aquí van directos al Nirvana. Pues si, nuestro hotelito estaba a escasos metros del Manikarnika Ghat, el crematorio principal que funciona prácticamente 24 horas al día.


Alrededor del crematorio, que está al aire libre a la orilla del río, hay toda clase de negocios que rodean a la muerte en este país. La leña en la que se incineran los cuerpos se pesa en unas balanzas grandes para saber el precio, el tipo de madera también cuenta, la de sándalo es la más cara. Como los hijos de la persona fallecida se rapan toda la cabeza menos un mechón en el cogote, también hay hombres que pelan con navaja en los aledaños. Otros muchos venden collares hechos a base de flores que bien acaban flotando en el río o las vacas se las comen casi a pie de cadáver. Y bueno, puestecitos con papel de regalo tipo celofán y tiras de esas brillantes que nosotros ponemos al árbol de navidad, pero aquí la finalidad no es la misma, claro. Cabe resaltar que hay buscadores de oro en el agua del río esperando a que tiren las cenizas. Otra cosa más que interesante es que a las personas sagradas y las más pudientes no se les quema, sino que se les ata a alguna piedra pesada y los dejan sumergidos, esta vez lejos de la orilla, ¡Qué detalle!



Una vez observado el proceso, desde cierta distancia para intentar no percibir el olor de la carne quemada, decidimos continuar nuestro paseo por el resto de ghats. Otro muy importante es Dasaswameth Ghat, pero en este caso es porque en él se celebra la gran ceremonia del ganga aarti cada anochecer. Se trata de una celebración el la que aparte de rezar se realizan ofrendas pero además se canta y se baila. Algo diferente.




Tras empaparnos del ambiente colorido y festivo volvimos a nuestro hotel. Seguían las cremaciones, como si de una fábrica a turnos se tratase, pero bajo la luz de la noche se percibía la escena más tenebrosa aunque también más mágica.








El despertador sonó temprano. Al mirar por la ventana casi ni se distinguían las siluetas de los edificios de enfrente debido a la oscuridad. Era nuestra última y única oportunidad de disfrutar de Varanasi sobre un bote al amanecer, y todo el mundo advertía que era la mejor hora. Así que casi dormidos fuimos para abajo, cruzamos por detrás el crematorio (el olocirto a primera hora sin desayunar ni nada podría causar estragos), y tras rechazar varios barqueros vimos al elegido. Un anciano flacucho, con un inglés bastante justito pero que se hacía entender de maravilla. Nos llevó en la misma dirección que baja el río. La imagen de la ciudad desde aquel punto mejoraba considerablemente. Vimos templos medio sumergidos, casas de marajás y otros muchos ghats. Todos ellos repletos de gente, haciendo la puja (ofrenda) matutina, bañándose o haciendo una especie de ejercicios. Los pobres tienen que estar ya más que acostumbrados a tener trescientas barcas llenas de guiris disparándoles fotos sin cesar. No parece importarles.







Así que ya visto todo lo que queríamos ver, esa misma mañana nos fuimos con mucha ilusión a tomar el autobús que nos llevaba a Nepal, nuestro sueño dorado.

Merxe











¿¿AGRA DABLE??





Los astros estaban de nuestra parte, la luna lucía llena tal y como aconsejaban para visitar Agra, y la ciudad que alberga el monumento más turístico y conocido de toda India nos esperaba para demostrarnos el por qué de tal fama internacional.



La verdad es que tanto Merxe como yo nos esperábamos algo diferente. Se suponía que ésta iba a ser una urbe más cosmopolita, llena de guiris y extremadamente cara comparándola con el resto del país. Pues no. El hotel en el que nos hospedamos se mantenía en la media de lo que solíamos pagar, y desde la terraza del mismo se podía ver las calles mugrientas y las casas destartaladas que tan de moda están en India, y al fondo de la ciudad, como si de un enorme escarabajo en mitad de un hormiguero se tratara, una de las siete maravillas del mundo…señoras y señores: el Taj Mahal!!

Esa misma tarde decidimos visitar otros monumentos de la ciudad, como buenos guiris que somos, aunque no íbamos a aceptar ninguna de las cien mil ofertas de los taxistas del lugar. Nos montamos el circuito por nuestra cuenta, que siempre es más divertido y arriesgado, como unos valientes.





Para llegar hasta la primera parada en el camino, tuvimos que dar un largo paseo que nos dejó a las puertas del fuerte de la ciudad. Pero el cansancio acumulado, el precio abusivo y la multitud con la que te tenías que pelear por entrar nos obligaron a observarlo sólo desde fuera, que también dejaba boquiabierto.
Hartos ya de caminar y de aguantar a los pesados taxistas, decidimos contratar los servicios de un cicloricksaw, que es una bici con carromato, para ir a la parte trasera y poco conocida del Taj Mahal, y ver el atardecer desde la otra orilla del río que lo bordea, ya que según dicen el mármol del que está construida su fachada cambiaba de color.




Tras un eterno regateo por el precio, como es de costumbre, convencimos a un chaval bastante majete para que nos llevara hasta allí, pero tuvimos que viajar cada uno en un vehículo porque el camino era demasiado pesado para un ciclo taxista. A mí me tocó ir con el tío del chaval, un pobre anciano que casi no podía con sus huesos, así que tuve que ofrecerme “voluntario” para pedalear un rato. Hay que decir que la que rompió el hielo fue Merxe manejándolo ella.




A decir verdad, la espesa nieblilla que por lo visto siempre cubre Agra no nos dejó ver el cambio de color que tanto esperábamos, pero la vista trasera del palacio mereció la pena.

Pero el plato fuerte estaba por llegar, y la luna llena nos iba a enseñar otra imagen espectacular, y la mejor forma de verlo era cenando en la terraza de un hotel que vendía cerveza a muy buen precio. Subimos las interminables escaleras del edificio (hacía dos meses que no veíamos un ascensor), nos pedimos una cervezota y empezamos a mirar la silueta de algo que parecía muy grande. ¡No se veía nada!, porque los espabilados del gobierno indio apagan las luces que iluminan el monumento más importante del país (según nos dijeron para evitar ataques terroristas). Claro, como que si quieren tirarle un misil, no van a saber donde está…
Con el segundo intento de maravillarnos fallido, nuestras esperanzas se limitaban al día grande.

Ya que sólo pensábamos dormir un día y partir la noche siguiente, optamos por entrar nada más abrir las puertas del Taj, a las 6:00 de la mañana, y así aprovechar al máximo las 750 rupias de la entrada para los extranjeros (los indios sólo pagan 20).

Esperamos en la puerta a que abrieran como unas locas el primer día de rebajas, los nervios nos impedían sentir la rasca que hacía a esas horas de la madrugada. Nada más abrir las puertas la gente se lanzó como posesos para cazar la foto del Taj tal y como es, sin un millón de visitantes a sus pies, que es lo normal a partir de 10 minutos tras su apertura.

La verdad es que impacta bastante la primera vez que lo ves, pero cuando llevas un rato mirándolo, sin poder hacer ninguna foto de postal por culpa de la maldita niebla, te pones a acordarte de la familia del arquitecto que lo construyó. Vamos, que esta bien, pero tampoco se pasa.
De camino a la estación de trenes y comentando la estancia en Agra, coincidimos en que se le da demasiado bombo a este lugar. Hay un millón de sitios mejores en India.
Angelete




















































martes, 10 de noviembre de 2009

UDAIPUR, VENECIA EN INDIA


Pese a que no entraba en nuestros planes, las recomendaciones de nuestro amigo Jeetu nos hicieron probar la experiencia de viajar por primera vez en un tren indio (madre mía) y cambiar el rumbo hacia Udaipur. Esta ciudad es conocida como la Venecia de India, debido a los 5 lagos sobre los que está construida, y por tener uno de los palacios más famosos del país, el Lake Palace que reposa en mitad del lago principal como si de una isla de mármol blanco se tratara. El palacete es también conocido y explotado turísticamente por ser el escenario final de la mejor película (para un servidor) de la saga de espías más famosa de la historia, hablamos ni más ni menos que del señor Bond, James Bond, y Octopussy fue el film rodado aquí.






La verdad es que no sólo del palacete vive Udaipur, ya que en los alrededores, vigilándola desde las cimas de varias montañas, hay dos templos que merece la pena visitar sólo por su hubicación. Y como plato fuerte, custodiando la ciudad desde el centro con sus 244 metros de longitud encontramos el enorme y precioso palacio de Udaipur que, como todos los demás, ha sufrido el cambio de inquilinos puesto que los Marajás que en ellos habitaban han dejado paso a los pudientes turistas que se hospedan en estos hoteles de súper lujo. El resto de mortales nos tenemos que conformar con verlos desde fuera y fotografiarlos imaginándonos las maravillas que albergan.






El alojamiento que escogimos aquí, pese a no tratarse de un palacio, y no porque mi reina no se mereciera menos (ahí dejo eso), tenía una terraza con vistas al lago que hacía que las comidas allí se disfrutaran aún más.


Una de las cosas que más nos chocaron de Udaipur fue la media de edad elevada de los guiris que tranquilamente paseaban por sus calles lidiando con los pesados vendedores que, como ya nos empezábamos a acostumbrar, detectaban tu nacionalidad sólo con mirarte el careto y te soltaban un “amigo como estás” para intentar que te acercaras a sus tiendas y empezar entonces el avasallamiento de productos y precios con los que comerciaban.


Pero como nosotros no somos unos turistas normales, disfrutamos de los servicios de 3 personajes cuanto menos curiosos.

La primera inversión que hicimos fue en sector de la estética e imagen personal. Como el tiempo va pasando y el pelo va creciendo, decidimos que mi segundo paso por la peluquería no podía esperar, así que entramos en un “salón de belleza masculino” para que un hombre de aspecto refinado me cortara el pelo. El “Llongueras” en cuestión estaba bastante interesado en hacerme no se qué masaje, pero a Merxe no le hacía mucha gracia, y a mi no me hacía ninguna.

Los interminables e incómodos viajes y la clase de Yoga del rompe cuellos de Risiquesh habían hecho mella en las cervicales de mi compañera de viaje, así que nos aventuramos a visitar al segundo de nuestros servicios.


En la parte no turística de la ciudad tenía la “consulta” el curandero al que todos los lugareños conocían pero que no estaba anunciado en ninguna parte ni había forma de ponerse en contacto con él, así que con más desconfianza que otra cosa nos dirigimos a esperar encontrarnos cualquier cosa, y así fue.

En una habitación vacía y con un grupo de indios haciendo cola en la puerta un hombrecillo bastante joven de aspecto agradable manipulaba los cuerpos , y sin saber muy bien por qué, nos hizo pasar nada más llegar. Sentó a Merxe en el suelo mientras un par de hombres más y yo mirábamos la “operación”, y sin mediar palabra (tampoco sabía inglés, claro) localizó en seguida la vértebra dañada y con no más de 4 movimientos la colocó en su sitio. Me hubiese gustado haber visto mi cara de asombro cuando en menos de 2 minutos este osteopata popular había conseguido lo que en España supondría toda una sesión de un titulado, con su elevado coste, claro está, porque no sé si lo he mencionado pero el señor Hamna Ram Dangi no cobraba ni una rupia por sanar, aunque aceptaba donaciones la cual pagamos más que gustosos.



La tercera prestación contratada nos vino sin nosotros esperarlo. El motoricksaw que nos agenciamos de chofer para ir al sanador y que nos llevara por la noche a la estación de tren, resultó ser un piloto de fórmula 1 pero en versión motocarro. Ni las arriesgadas avenidas de Delhi, ni los vertiginosos acantilados del Himalaya nos habían hecho ver la muerte tan de cerca como por las estrechas calles de Udaipur…

Angelete

JAISALMER, EN MEDIO DEL DESIERTO



Tras descansar 3 días en el “resort” de Pushkar decidimos adentrarnos más en el desierto. El estado de Rajastán está compuesto por diez ciudades, cada una con su encanto, pero nosotros no nos podíamos detener en cada una de ellas por cuestión de tiempo, así que nos dirigimos a Jaisalmer, en el extremo más occidental del estado, fronterizo con Pakistán.

Como todo viaje éste tuvo su anécdota. Cuando estábamos esperando el autobús nocturno se nos acercó un hombre indio, de aspecto chulesco. Esta es su descripción: camiseta de tirantes ajustada, una cadena gruesa colgando del cuello y mascando una pasta hecha a base de especias que todos los indios mascan y se pasan escupiéndola durante más de dos horas. Nosotros esperábamos como poco que nos pidiera algo, para variar, ¿pues no! La gran sorpresa es que empezó a hablarnos en catalán, no os imagináis nuestra cara de tontos.. Resultó ser un tipo bastante majete, casado con una catalana y que cada 4 meses venía a Rajastán a comprar telas y abalorios para una tienda que tienen en España.






En esta ciudad la población vive separada por un fuerte. Los dos primeros días pernoctamos fuera del fuerte, ya que en la guía advertían que dentro no era buena zona para instalarse. Desde la azotea de nuestro hotel había una vista maravillosa del fuerte. Todas las construcciones de Jaisalmer están hechas con mármol bizantino lo que confiere a la ciudad un color amarillo cálido durante el día y rojizo al atardecer.








Al ser la parte más desértica de la India está plagada de agencias que ofrecen safaris en camello por la zona. Los habían desde un día hasta cuatro. Nosotros bien valientes decidimos hacer 3 días y dos noches pese a que algunos experimentados nos dijeron que con una noche era suficiente. Ha sido una de las más divertidas aventuras hasta el momento.

Los camellos son los animales más dóciles con los que me haya cruzado, además de que tienen una cara más que simpática. Son muy fáciles de montar, y una vez les has pillado el rollo hasta puedes hacer que se desvíen de la ruta que habrán hecho más de un millón de veces y siguen a ciegas.


El primer día nuestros guías eran dos críos que tendrían que llevar toda la vida en el desierto porque no sabéis como se manejaban. Tras el paseo matutino atravesando una formación de dunas visitamos un pueblo en mitad de la nada. Nos asaltaron todos los niños del lugar, literalmente, arrastrándonos hasta la única tenducha que había. Generalmente ni somos caprichosos ni malgastadores, pero cuando el dependiente abrió la nevera para enseñarnos lo que había, no pudimos resistirnos a la llamada de una cervecita muy muy muy fresquita. Y claro, como recompensa compramos una fanta naranja a los críos que corrieron por todo el pueblo pasándosela de unos a otros.



Ya picaba el sol, así que hicimos un stop para comer bajo la sombra del primer árbol que encontramos. Buscamos ramas secas de arbusto para el fuego, extendimos una manta (la alforja del camello), y cocinamos comida típica del lugar. Cuando estábamos recogiendo apareció el verdadero guía, Abdul, acompañado de un tercer muchacho. Así que las cuentas eran dos turistas y cuatro guías , mejor acompañados no podíamos ir, pensamos.


Como caía la noche apretamos un poco y pusimos a trote a los camellos, como corren… Llegamos a otras dunas que eran nuestra zona de acampada. Precioso el atardecer. Tras la cena disfrutamos del fuego, los mini guías cantaban canciones y danzaban, Ángel se animó a seguirlos. Llegó el momento de irse a la cama. El desierto es uno de los mejores emplazamientos para dormir al raso, pocas veces he visto un cielo así de estrellado, pero eso es si te da igual estar rodeado de un millón de bichos y animalillos e incluso que uno de los innumerables escarabajos peloteros te pase por la cara. Cómo me reí con Ángel esa noche, no me imaginaba que era tan cagueta, cada cinco minutos encendiendo la linterna porque había notado “algo” cerca.. Cierto es que a la mañana siguiente se observaban por lo menos 6 rastros de animalitos diferentes, incluso alguno serpenteante, y la mayoría de ellos cruzando nuestros sacos (hay que ver lo que una aprende viendo Lost).



Los dos siguientes días tuvieron la misma estructura, visita a un pueblo por la mañana, donde también nos asaltaron cien mil niños pidiéndonos chocolate o una rupia, comida y descanso a la sombra de un árbol y paseo vespertino hasta la zona de acampada.


La verdad es que con una noche hubiéramos tenido bastante para empaparnos de la vida del desierto, pero también es cierto que montar al camello fue más divertido conforme nos conocía el animal, y el último día disfrutamos como enanos con ellos.

Volvimos a Jaisalmer, pero esta vez nos hospedamos en un guest house dentro del fuerte, ya que antes de partir para el safari estuvimos comiendo allí y vimos lo tranquilo que era aquello. Además de que dentro del fuerte teníamos a nuestro primer amigo indio, Jeetu. Lo conocimos paseando por las callejuelas del fuerte, él nos ofreció comprar en su tienda de ropa hablando un español casi perfecto. Por cierto, ¿os podeis creer que nos dijeran “más bueno que el zara” , “ más barato que le mercadona, 3x2” o cualquier otra cosa en español en casi todas las tiendas? Nos quedamos flipados.









Pues jeeetu resulta que está casado con una chica española, también catalana. Todo un personaje. Con el compartimos los cuatro días que pasamos en Jaisalmer tras el safari. Nos llevó a comer a varios restaurantes de indios, incluso invitando él. Nos averiguó donde vendían las bicis a mejor precio,( si, hemos comprado una bici), y al día siguiente montó un pollo en medio de la calle defendiéndonos porque no nos habían desmontado la bici y empaquetado como habían dicho, así que nos llevó a otro sitio. Al final todo resuelto, la bici de camino a casa y mi chico más que contento.



Y bueno, no me podía olvidar de Lila, curiosa cuanto menos. Mujer francesa cincuentona, más chalada que una moto. Es la presidenta de una ONG que va a montar un cole para discapacitados en la ciudad. “¿Por qué en Jasailmer?”, le pregunté yo, la respuesta es porque se lo dijo Dios, el Dios del amor. Vegetariana estricta, intentó convencernos y todo de que cambiáramos de lado. Cada cigarro que se fumaba, se tiraba el humo en las palmas de las manos y se las pasaba por la cabeza y se santiguaba. Tuvimos una gran charla, de varias horas que hizo que por primera vez cayera la madrugada estando en pié desde que estamos por aquí. Hablamos de los dioses, las religiones, la cultura, la ciencia… No podía aceptar que tirara por tierra la teoría evolucionista de Darwin en la que asiento la mayoría de mis bases científicas. Pero lo que ya nos hizo soltar una carcajada es cuando nos contó que estando en México se colocó comiendo peyote porque así es como uno se puede comunicar con las plantas, de hecho nos dijo, “¿ Cómo os creéis que los chamanes saben para que sirve cada planta? Pues porque ellas mismas se lo dicen..” Un hurra por Lila, de mayor quiero ser como ella.

Merxe