El reloj marcaba las 5:00 de la mañana y los tambores de la despertá mora habían cesado (por fin), pero estaba claro que este no era un día para dormir. De repente, empezamos a escuchar como unos nudillos golpeaban nuestra puerta avisándonos de que nuestro barquero-guía estaba esperándonos en el “salón” de la casa. Nos vestimos casi inconscientemente y bajamos las escaleras y comprobamos que la Lola ya estaba despierta y rezando, como no, y que había un hombrecillo con carita de dormido que nos invitó a que le acompañáramos, sin desayunar ni nada, y como había tantas cosas que no entendíamos desde nuestra llegada a esta ciudad, pues decidimos seguir con la marcha de lo imprevisible.
En seguida nos dimos cuenta de que el barquero (de cuyo nombre impronunciable no puedo acordarme) tenía ganas de charlar pero entre que estaba dormidísimo, y que, la verdad, mi nivel de fluidez léxica in english no era el más apropiado, se dedico a comerle la oreja a Merxe durante casi todo el trayecto a pie hasta el amarre de la góndola turística que tenía preparada. La barca estaba muy bien equipada con un sofá cama y techo con cortinillas para darle más romanticismo si cabía al vehículo.
Nos cubrimos con una manta un poco piojosa que nos presto el guía al ver que estábamos más tiesos que un tito, y empezó a remar alejándose de la ciudad y explicándonos el proceso de floración del manto de nenúfares y flores de loto que cubría el lago, la verdad es que era algo precioso. Nos fuimos acercando a una especie de pueblecito marinero en el que íbamos a presenciar en directo el mercado las flores, en que los agricultores del lugar, controlando las barcas en cuclillas desde la punta (para flipar) regateaban por vender su género sin hacernos el menor caso pese a estar en medio de todo el fregao molestando más que otra cosa.
Muertos de hambre, ya llevábamos más de una hora en ayunas, nos ofrecieron una especie de ensaimadas y un “delicioso” café de aguachirri para degustar dentro de la barca y en seguida aparecieron vendedores ambulantes, también en barcas claro está, para intentar colarnos todo tipo de cajitas, y suvenires a los cuales nos negamos a comprar pese a las insistencias de los mercaderes (se ponen más que pesados los tíos).
Una vez en casa, la señora nos dijo que nos preparáramos porque íbamos a disfrutar de otro paseo mucho más largo que nos llevaría a atravesar el lago para visitar el jardín mongol que está en el otro extremo, que duraría unas 4 horas. Volvimos a la barca, y nos ofrecieron un par de remos para que fuéramos parte de la tripulación y no sólo unos meros espectadores. Con la espalda triturada y con un calor que te cagas amarramos en la puerta de un precioso jardín y disfrutamos durante un buen rato de la sombra de unos árboles enormes abarrotados de águilas y demás pajarillos de la zona. Es impresionante que un ave tan escasa y protegida en España, campe a sus anchas en docenas por aquí.
Tras otras dos agotadoras horas de remo, y con baño en el lago de por medio, volvimos al hogar sin ganas de meternos en otra embarcación en varios días, la verdad.
Esa misma tarde conocimos a nuestros tres coleguitas de Barna, Hector, Alberto y Pablo (muy grande Pablo, si señor) que acababan de llegar del trekking de tangue con el hijo de la Lola y en seguida conectamos con ellos. Nos dijeron que estaban hasta los huevos de este tío y que a la mañana siguiente iban a buscar otro hospedaje en el lago. Nosotros no teníamos muy claro que hacer, ya que aún nos quedaban varios días pagados en la casa, pero al ver como cambiaba el trato hacía nosotros por parte de la Lola y su séquito, y que el rollo con los catalanes molaba bastante, nos apuntamos al cambio de hogar ya que teníamos claro que el propósito de este viaje era el de disfrutar cada día, cada momento, y que nuestra estancia en esta casa ya no iba a ser tan agradable como al principio.
Por la tarde ya teníamos contratadas un par de habitaciones en un hotel flotante a las orillas del lago. Si nuestra anterior casa era impresionante, teniendo en cuenta que estamos en India, nuestro nuevo hogar era de película. Un barco con interiores tallados a mano con una especie de chill out en la popa con vistas al lago, para flipar. No os imagináis lo precioso que es ver los atardeceres en este sitio con las montañas de fondo…
Por cierto, se me olvidaba contaros que en el valle de Kashemira los matojos de hierba que crece en los descampados es ni más ni menos que marihuana, si si, marihuana salvaje a la que los lugareños no le hacen ni el menor caso. Ahora entiendo porque las vacas de aquí son tan mansas, teniendo en cuenta su dieta diaria.
Angelete